La prueba irrefutable

A veces encontramos conexiones profundas y cercanas con personas inesperadas. Bueno, a mí, al menos, me ha sucedido en varias ocasiones. La última ha sido con alguien de aquí, de la comunidad de wordpress. Se trata de Pepa y en el post de hoy lo que quiero es invitar a todos mis seguidores a seguir su blog. Se trata de un blog parecido al mío en el que Pepa se desahoga y expone sus tristezas y sus alegrías. Al igual que yo, ella también está enferma de cáncer. Hemos conectado sin querer porque ambos tuvimos la idea de crear un espacio donde poder volcar lo que sentimos, por eso quería que todos lo conozcáis y le echéis un vistazo de vez en cuando para darle un empujoncito de ánimo a Pepa.

Para ello, he elegido estas imágenes completamente abstractas, porque el cáncer no tiene forma aunque se disfraza de muchas cosas para confundirnos y hacernos la vida imposible. Se viste de tristeza y desesperanza, de nostalgia, de dolor y caos, de recuerdos, mentiras, ilusiones y rabia, de ahogo y de fatiga, de nauseas, de opresión, de calamidad y mala suerte, de rebeldía sin causa y de mil cosas más. La lucha contra el cáncer es una auténtica putada, una jugarreta del destino que nos elige para mostrar todo su poder.

Es la prueba irrefutable de que Dios no existe.

Ánimo Pepa. Estamos juntos en esto.

A seguir, que vamos bien

Los reflejos. ¡Cuánto me gustan los reflejos! ¡Cómo distorsionan la realidad y qué imágenes tan sugerentes nos ofrecen! Estas fotografías de hoy podrían pertenecer, perfectamente, al extraño universo de tinieblos y luciérnagos que intenté crear en el post de ayer. Por lo general cuando veo imágenes así de distorsionadas se activa una parte de mi imaginación y algo me conmueve profundamente, como si yo ya hubiese estado allí, como si lo conociese por otras vidas vividas o por otros caminos transitados. Por eso no puedo evitar tomar la foto cuando lo veo.

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Tinieblos y luciérnagos

Es la bajada a las entrañas del mundo. Ahí la tienen. Pensé que estaría en algún lugar lejano y remoto, como Brooklyn o Kuala Lumpur, pero no, está aquí, en Madrid, a muy poquitas calles de mi barrio. Este dato es confuso porque si bien es verdad que lo hace mucho más cómodo por si alguna vez necesito bajar, también es verdad que le quita algo de glamour. En ambos casos creo que es entendible y aunque yo siempre he privilegiado la comodidad por sobre cualquier otra consideración, me parece que el glamour es una característica de la que no debería quedar exento un lugar tan especial como este, con la enorme importancia que tiene para toda la humanidad: nada más y nada menos que la bajada al mismísimo centro de la Tierra, donde anidan los problemas y las soluciones, el todo y la nada de nuestra existencia, el bien y el mal en estado puro. Allí donde cohabitan los tinieblos y los luciérnagos, enfrascados en su eterna lucha por poseer los más importantes secretos del alma de los seres humanos.

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Una relación sana

Esta vez nos hemos llevado a Galleta al parque y le hemos hecho una sesión de fotos como a toda una modelo. Se ha portado súper bien y no se ha quejado ni una sola vez, aunque al final de la sesión se notaba que estaba cansada. Aún así no ha dicho esta boca es mía y ha continuado poniendo su mejor cara y su actitud más profesional. La verdad es que para ser una muñeca de lana nos ha sorprendido bastante su temperamento y sus ganas de trabajar.

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Margaritas en mi habitación

A mí nunca me prepararon un cumpleaños de este estilo, con tantos globos y tantos colores, en un lugar tan maravilloso para los niños, donde pueden correr y jugar a sus anchas. Seguramente estén a punto de llegar y no saben lo que les espera, lo cual añade un plus a la situación porque a los niños les encantan las sorpresas. Luego ya, cuando crecemos, me parece que no nos gustan tanto. Al menos a mí.

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Preguntas adecuadas

Un rayo de luz que se filtra entre los árboles como señal de esperanza. Vale, me lo creo. Pero me lo creo solo porque no pierdo nada y porque no requiere esfuerzo alguno. Yo no soy amigo de supersticiones de ningún tipo aunque parece que el cáncer está logrando que al menos reconsidere algunas, más que nada por eso, porque no tengo nada que perder y, quién sabe, a lo mejor si hay algo que ganar.

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Ninguna de las dos

Ellas también tienen hijos. No son estos, por supuesto, porque estos son demasiado rubios, demasiado blanquitos y demasiado perfectos. Los hijos de estas tres cuidadoras viven con el resto de la familia, a más de una hora de ese parque, fuera de la ciudad, donde ya no llega el metro y hay que coger, además, un par de autobuses. El extrarradio es el lugar donde mejor se van a sentir porque van a encontrar gente igual que ellos, gente que ha venido de muy lejos buscando un futuro mejor, gente con la piel morena y las costumbres diferentes que, por el simple hecho de no ser de aquí, se van a dar en las narices con la cruda realidad de que tienen muchas menos oportunidades que el resto. Son gente del montón, de segunda división. Gente acostumbrada a perder a la que no le importa seguir perdiendo. Ganar nunca formó parte de su vocabulario. Así los ven los que viven cerca del parque grande, en pleno centro de la ciudad.

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Otoño feliz

Hoy llega el otoño. Qué rápido pasa el tiempo. Hace nada estábamos sufriendo las temperaturas altísimas del verano y ahora ya casi estamos pensando en la navidad. Y así año tras año. Me pregunto cuántos otoños me quedan por ver. Seguramente no sea una pregunta agradable y lo más probable es que nadie se la haga. Nadie sano, claro. Cuando yo estaba sano tampoco me preguntaba esas cosas, pero ahora casi puedo decir que estoy, de golpe, en el otoño de mis días.

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Nos comemos una vaca

Debo mantener el equilibrio. He de permanecer en pie cueste lo que cueste. Aunque aparezcan dolores nuevos y los dolores viejos se vuelvan a manifestar, aunque las sensaciones sigan siendo extrañas y feas necesito que me vean entero y en mi sitio. No me consuela tanta sinceridad. Lo único que me consuela es la salud y de eso no venden en los mercados. Además ya no les quedan pócimas mágicas a las brujas ni sangre fresca a los vampiros. Ha llegado el momento en que los científicos se encogen de hombros y arrugan un poco los labios. No lo dicen con palabras, pero yo sé lo que piensan: «estás jodido, chaval».

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