Al tun tun

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Hace poco conocí este lugar, la Catedral de Justo. Había oído hablar de él, pero nunca me había acercado a visitarlo y la verdad es que merece la pena. No es que sea la quinta maravilla del mundo, pero vale la pena conocerlo sobre todo para darse cuenta de cómo no se debe malgastar una vida. Porque, seamos serios, hay gente que tiene ideas malas y hay gente que las tiene muy malas. Éste es el caso.

Para no extenderme sobre la historia y los porqués del asunto os dejo diferentes enlaces aquí, aquí, y aquí, en los que podréis saciar vuestra curiosidad y comparar diferentes opiniones. La mía es muy clara: se trata, ni más ni menos, de una mala idea que, encima, ha sido llevada a la práctica.

Todos hemos conocido al típico amigo medio loco y medio bobo, algo bizarro y con un punto de soñador, empeñado en apuntar permanentemente ideas absurdas, megalómanas, irrealizables y ridículas. Por lo general a este personaje se le suele ir la fuerza por la boca y jamás llega a concretar nada. Pues bien, nuestro amigo Justo es precisamente la excepción. Él sí lo concretó. Se le ocurrió construir una catedral para darle las gracias a dios por haberle curado de tuberculosis y se puso manos a la obra. ¡¡Una catedral!! No se le ocurrió hacer un belén para navidades ni una ofrenda floral, ni pintar un cuadro o irse de misiones al Congo, no, eso era poco para él así que se le ocurrió diseñar y construir una catedral con sus propias manos. Y encima sin tener ningún conocimiento de diseño, ni de arquitectura, ni de historia, ni de nada porque casi no sabía ni leer cuando empezó. Increíble pero cierto.

El resultado salta a la vista. «Eso» (porque me cuesta llamar catedral a «eso»), es bastante feo. Muy feo. Mucho. Como nunca tuvo ni buen gusto ni dinero, el bueno de Justo lo está haciendo con materiales reciclados, es decir, con basura que él recolecta y devuelve a la vida. Además como no tiene los conocimientos técnicos necesarios, pues resulta que está todo mal y ningún arquitecto está dispuesto a avalar semejante mamotreto, haciendo que se haya convertido en una especie de enorme elefante blanco que nadie quiere y nadie sabe qué hacer con él. Y lo malo es que Justo ya va cumpliendo años y nada indica que vaya a ver terminada su obra en esta vida, así que habrá que ver quién continua con ella. En una de las imágenes le podéis ver pensativo, como preguntándose si primero debe poner el ladrillo o el cemento.

Total que toda una vida dedicada a algo que tal vez no se termine. Y todo por empeñarse y encabezonarse. «Ay manolete, si no sabes torear ¿pa qué te metes?». En todo caso me cae simpático el personaje y tampoco creo que le haga daño a nadie más que, en todo caso a sí mismo pero bueno, él está seguro de su obra y tiene fe en su dios, así que allá cada uno ¿no? Donde otros veían amenazadores gigantes en cuatro o cinco molinos de viento, Justo ve su salvación eterna entre las cuatro paredes de su catedral de colorines.

Ante esto se me ocurre decirle a los locos del mundo que no hagan las cosas al tun tun, que las piensen un poco coño, que tampoco cuesta tanto.