el alma

En un jardín botánico lo que hay son flores. Y mucho más en el invernadero. Flores, humedad y calor. Un lugar hermoso, realmente, aunque algo pequeño para mi gusto. Con un nombre tan petulante como «Real Jardín Botánico de Madrid» uno espera encontrar algo más majestuoso, pero en fin, no está tan mal.

Mucho color. En Chile utilizan la expresión «ponerle color» cuando quieren decir que alguien exagera: «no le pongas color». Aquí no hay que ponerle color porque ya lo tiene de sobra. El color alegra la vida, refresca los sentidos y alimenta el alma, extraña parte del cuerpo que nadie sabe dónde está y que, además, se alimenta siempre de cosas maravillosas como la belleza, la música, el color, el ingenio, la sonrisa, la mirada, el amor y cuestiones por el estilo. Interesante lugar el alma. Deberían investigar un poco más sobre ella aunque yo creo que no lo hacen porque tienen miedo de descubrir que no existe. También hay gente que la relaciona con Dios, con la religión y con las propias creencias místicas de cada uno. Muchos artistas la defienden como el lugar donde habitan las musas de la inspiración, afirmando que su obra «les sale del alma».

Yo creo que el alma es algún lugar cercano al corazón pero más profundo, más esencial. Es lo que hace que tú sigas siendo tú, que yo siga siendo yo, que cada uno sea único e irrepetible en la forma y, sobre todo, en el fondo. Es visceral y activa, necesita llenarse y saberse útil. SIn alma no hay creatividad, tan sólo producción en masa. Existe pero nadie la ve, no sabemos dónde está pero creemos en ella sin tener que recurrir a la fe. Es algo que sabemos, simplemente, porque lo sabemos, sin más, sin necesidad de que lo avale un sacerdote, un chamán, o un científico, nos da igual, para nosotros está ahí y tiene mucho peso en nuestras vidas.

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Así no

A veces tu vida se llena inesperadamente de colores. Estás en racha y no sabes porqué pero todo encaja: te sientes bien, duermes de maravilla, tu día a día parece funcionar como un reloj, sin sorpresas desagradables ni malos rollos, sonríes con frecuencia, te notas ingenioso con la gente, incluso tienes algún que otro detalle con alguien y le ayudas con eso que tanta falta le hacía, con tu pareja todo fluye, hay paz en todos los sentidos, y también pasión, risas y complicidad. En el trabajo no te puedes quejar y recibes alguna que otra buena noticia en forma de ascenso, o aumento de sueldo, o viaje, o algún comentario positivo de tu jefe delante de tu otro jefe, mantienes un trato más que aceptable con tu familia, no discutes con nadie y nadie discute contigo, en el espejo te ves como quieres verte, casi ni te pones pegas y la ropa te sienta de maravilla, mantienes una dieta que te encanta y te sienta estupendamente, vas al gimnasio y te sientes en forma y saludable, estás leyendo una novela apasionante, mantienes una vida social plena y activa… la vida es agradable contigo y te trata muy bien.

Bueno pues yo, estoy en la racha contraria.

dualidad

La nostalgia tiene un punto de tristeza. La melancolía también. Sin embargo uno puede sentir nostalgia y melancolía al mismo tiempo y no estar triste aunque, visto desde fuera, seguro que lo parece. Y es que desde fuera las cosas se ven de otra forma, claro, se ven como desde otra dimensión, a veces está todo más claro y a veces no se entiende nada. Desde fuera es posible asistir al desarrollo de un drama humano sin conmoverse lo más mínimo (lo podemos comprobar cada día, cuando vemos el telediario a la hora de comer) y también es posible dar con la clave de un problema aparentemente irresoluble para los que están inmersos en él, por aquello de que podemos ver el bosque sin que los árboles nos tapen. Así que desde fuera no siempre se está tan mal, ni tan bien. Todo varía en función de las circunstancias, como la vida misma.

Me parece que casi nada escapa a esta dualidad. En función del qué, cómo, cuándo, dónde y porqué, veremos que lo bueno pasa a ser malo y lo malo pasa a ser bueno. Yo, desde luego, estoy mucho mejor fuera, que dentro del hospital. Pero eso es sólo porque ya estoy bien. Cuando estaba mal, estaba mejor dentro que fuera. Ya se que parecen afirmaciones de perogrullo, pero no siempre son tan simples. Tal vez si tuviésemos esta dualidad presente nos evitaríamos muchos disgustos innecesarios, muchas discusiones y alguna que otra pelea. Lo digo porque me doy cuenta de que, por lo general, la mayoría de la gente tiende a etiquetarlo todo con mucha facilidad y no tienen en cuenta las circunstancias. Por ejemplo: «la guerra es mala», o «los niños son inocentes», o «la infancia es un periodo feliz», o «el trabajo dignifica»… pues no sé. A veces sí y a veces no. Como dice la canción, todo depende. Lo que pasa es que si usamos etiquetas, es todo mucho más fácil, nos ahorramos pensar, por eso cada vez etiquetamos con mayor alegría y desparpajo.

Así somos, qué le vamos a hacer. Así es esta sociedad en la que vivimos, tan dual y tan injusta, sobre todo eso, tremendamente injusta. Los cuatro tuercebotas de siempre nos llevan donde quieren y hacen con nosotros lo que les da la real gana. Mantienen a la gente inculta y torpe, con miedo y con prejuicios, enferma de la cabeza y del alma, sabiendo que siempre ostentarán el poder y que ni siquiera una revolución a gran escala será capaz de cambiar las cosas.

Desde que el mundo es mundo, el primero va antes que el segundo.

vivir

En el deporte, hay quien dice que lo importante es participar. Gran mentira. Lo importante es ganar. De hecho para eso participan, para ganar. Ni no fuese así, sería todo un fraude, competirían sin ganas, sin entrenar, sin sufrimiento… total, con tomar la salida ya habrían cumplido el objetivo. No tendría sentido alguno y probablemente desaparecerían, tarde o temprano todos los deportes o, como mínimo, las competiciones, que en realidad son la esencia y lo que nos gusta verdaderamente a los aficionados.

Lo mismo se puede aplicar a la Vida. Lo importante no es vivir, sino vivir bien, con plenitud, aprovechando las oportunidades y recorriendo los caminos. Vivir siendo consciente de que la vida es finita y no suele haber segundas oportunidades. Vivir con alegría y con pasión, con rabia y con pulcritud. Vivir aprovechando los sentimientos y gozando con las sensaciones. Vivir y emocionarse a cada paso, siendo digno de la vida, sabiendo que hay otros que no pueden vivirla de forma tan plena, así que nos toca vivirla con el doble de intensidad, por nosotros y por ellos. Vivir a pesar de la injusticia y el dolor, a pesar del sufrimiento y la incertidumbre. Vivir por encima de todo, con una sonrisa por bandera y un «si quiero» en el corazón. Vivir amando la vida, sobre todo los detalles, las cosas simples y las complejas, el fondo y la forma, lo concreto, lo abstracto, lo de aquí y lo de allí. Vivir amando a tu gente, sin ser cursi pero siendo intenso, sin ser empalagoso pero siendo dulce, dejando huella, ilusionándose, pisando fuerte, con firmeza y seguridad, con confianza, sin miedo a la magia, sin pereza ante la poesía y el amor, sin engaños ni falsas lágrimas, con valentía, honestidad, la cabeza fría y el corazón caliente.

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le ponen color

El Real Jardín Botánico de Madrid todavía no está en su máximo apogeo. Está más o menos como la primera foto de hoy: a punto de explotar. Aún así ya hay mucho color en él, como os iré mostrando los próximos días. Hoy sólo una pequeña muestra a modo de introducción.

La vida es más bonita a color, creo yo. Recuerdo que de niño, viendo unas fotos en blanco y negro de cuando mi madre era joven le pregunté que si en esa época había colores en el mundo, «Claro que sí -respondió ella-. Había incluso más». En su afán por hacerme creer que el mundo era mejor y más bonito antes, en el pasado, mi madre se inventaba colores en su mente (sano ejercicio por otro lado).

Es lo que hacen todos aquellos que opinan que cualquier tiempo pasado fue mejor, se lo inventan, le ponen color, te hablan como si la vida de hoy no valiese la pena vivirla, como si lo mejor, lo más bonito, lo más limpio, lo más sabroso, lo más ético y lo más bello perteneciesen al mundo que había antes de que tú nacieras. Y claro, yo creo que en realidad lo que pasa es que se están refiriendo a su propia niñez y juventud, donde el mundo siempre es más bonito pero no porque lo sea en sí mismo, sino porque para un niño o un adolescente siempre lo es. Y el recuerdo mucho más. Todo se magnifica y se exagera. Cualquier cosa menos admitir que hemos tenido una vida mediocre y sin sustancia.

Por eso le ponen color, más que nada para ellos mismos. Así pues, es mejor dejarles y no entrar en contradecirles. Si quieren creer que tuvieron una juventud fantástica pues que lo crean. Cada uno en su fuero interno sabe bien a qué cosas renunció, cuándo se arriesgó, cuánto se divirtió y si valió la pena todo ello. Claro que también hay que tener en cuenta este viejo refrán: «dime de lo que presumes y te diré de lo que careces». Así que nada, el presumido que quiera presumir, que presuma. No seré yo quien le invite a la depresión destapando sus mentiras.

la cabeza alta

Es un cactus. De nuevo un procesado algo agresivo produce una imagen atractiva, aunque es bastante simple. Siempre me han gustado las cosas simples, concisas, al pan, pan y al vino, vino.

Detesto los ambientes muy cargados de objetos y a las personas muy producidas por dentro y por fuera. Suelen ser el producto de una mentira, de un complejo mal resuelto o de una vanidad mal aprovechada. En cambio, qué placer da conocer a la gente simple, gente que no se hace líos, ni piensa de más ni se viste de más, que no se enreda, que sabe ir al grano y que mantiene la mirada. Esta gente, además, suele ser más talentosa que la otra aunque, en muchas ocasiones, los que se enredan y piensan demasiado resultan ser más políticos y saben aprovecharse mejor de la estructura del sistema para llegar más alto. Las personas simples no saben hacer eso, ellas únicamente se dedican en cuerpo y alma a hacer lo que saben hacer y suelen fracasar a la hora de venderse.

Les pierde la sinceridad. En estos tiempos la sinceridad no suele ser buena compañera de viaje. Valores como la honestidad, el compañerismo y la inocencia no ayudan a la hora de entrar en el mercado, donde las pirañas atacan y hay que saber tanto defenderse como atacar también. La gente simple no sabe atacar, les da pereza, no usan estrategias porque prefieren ser como son, sin fingir ni posar. Precisamente todas estas cualidades juntas hacen que les sea posible mirar a los ojos y vivir con la cabeza bien alta. Lleguen donde lleguen lo harán sin dejar de ser ellos mismos ni un segundo.

Definitivamente yo de mayor quiero ser gente simple.