En un jardín botánico lo que hay son flores. Y mucho más en el invernadero. Flores, humedad y calor. Un lugar hermoso, realmente, aunque algo pequeño para mi gusto. Con un nombre tan petulante como «Real Jardín Botánico de Madrid» uno espera encontrar algo más majestuoso, pero en fin, no está tan mal.
Mucho color. En Chile utilizan la expresión «ponerle color» cuando quieren decir que alguien exagera: «no le pongas color». Aquí no hay que ponerle color porque ya lo tiene de sobra. El color alegra la vida, refresca los sentidos y alimenta el alma, extraña parte del cuerpo que nadie sabe dónde está y que, además, se alimenta siempre de cosas maravillosas como la belleza, la música, el color, el ingenio, la sonrisa, la mirada, el amor y cuestiones por el estilo. Interesante lugar el alma. Deberían investigar un poco más sobre ella aunque yo creo que no lo hacen porque tienen miedo de descubrir que no existe. También hay gente que la relaciona con Dios, con la religión y con las propias creencias místicas de cada uno. Muchos artistas la defienden como el lugar donde habitan las musas de la inspiración, afirmando que su obra «les sale del alma».
Yo creo que el alma es algún lugar cercano al corazón pero más profundo, más esencial. Es lo que hace que tú sigas siendo tú, que yo siga siendo yo, que cada uno sea único e irrepetible en la forma y, sobre todo, en el fondo. Es visceral y activa, necesita llenarse y saberse útil. SIn alma no hay creatividad, tan sólo producción en masa. Existe pero nadie la ve, no sabemos dónde está pero creemos en ella sin tener que recurrir a la fe. Es algo que sabemos, simplemente, porque lo sabemos, sin más, sin necesidad de que lo avale un sacerdote, un chamán, o un científico, nos da igual, para nosotros está ahí y tiene mucho peso en nuestras vidas.