a punto de perderlo

Por lo general no soporto a la gente que habla mucho. Además, normalmente, los que hablan mucho suelen hacerlo muy rápido. Tampoco soporto a los que no piensan en los demás. Éstos, por desgracia, son la mayoría. Los cínicos, otro tipo de gente que no soporto. Suelen ser de derechas, con su sonrisa desafiante y sus mentiras eternas. Igual que esa gente que siempre hace chistes al hablar, sin importar cuál sea el tema de la conversación o el lugar, o lo que sea, tampoco lo soporto. No me gustan los comilones, esos que van por la calle devorando un enorme pastel, ni me caen bien los vegetarianos, ni los que son muy remilgados con la comida y esto no les gusta ni aquello tampoco… Detesto a los que tienen una risa escandalosa y a los que están siempre como enfadados, buscando la parte amarga de la vida. No me gustan los amantes de los animales que les comparan en derechos a las personas, ni me gustan los culturistas, ni las modelos, ni la clase media que se va de vacaciones al extranjero y no prueban la comida local, ni la gente que no lee, ni los tele-adictos, ni soporto las mentiras, sobre todo las que aparecen en la publicidad, ni la gente que le huele el aliento, ni los mayores de 40 que se creen adolescentes, ni los que siempre presumen de tener el último modelo de lo que sea, ni a las mujeres que se pintan las uñas de los dedos de los pies ni a los hombres que usan corbata, ni a los extremistas, ni a los «anti» ni a los «pro»…

¿sigo?

Podría seguir, sí, porque hay muchos tipos de gente que no soporto. Seguramente hace unos meses yo mismo pertenecía a alguno de esos grupos.

Ahora todo es diferente. Sigo sin soportarlos, pero ya no me importa convivir con ellos.

Se entiende ¿no? Todo lo que sea vivir es bienvenido. Uno valora más lo que tiene cuando está a punto de perderlo.